domingo, 4 de febrero de 2007

Para mi Penélope

Un temor de horas le recorre el cuerpo.
Interroga al reloj. Un minuto más, un minuto más.
Un libro de Montero tiembla en sus manos.
Persigue normalidad tras la poesía y sólo alcanza las letras de su nombre.
Un boli y un cuaderno. Escribir, escribir. Olvidar que pasa el tiempo.

Ella se levantó temprano. El oráculo predijo el encuentro.
Unas bragas, un pijama y la cámara de fotos.
Breve maleta preparada que espera su regreso.

Y el cepillo ríe, y ríe el pijama, y todo.
Ríen las cremalleras, abiertas, ríen los cierres, ríe todo.

El día pasa, rápido y lento. El sol baja, suben los nervios.
Ella espera en la ventana. Espera esa llamada. Espera y no pasa nada, sólo tiempo.

Llegará, dale tiempo. Llegará, dale tiempo.
Confía, esta noche seréis un solo un sólo cuerpo.
Habla consigo misma. Él calla. Silencio.

Calla porque llega, calla porque calla.
Calla por un sí o calla por un no.
Y como la ausencia de noticias es buena noticia
ella espera en la ventana, mira el horizonte y sus agujas... y espera.

Un reloj de plata fría que no para.
Ahora, ahora llama,
en el próximo minuto, en la próxima mirada.

Coge la escoba, ordena los libros, vuelve a hacer la cama.
Su príncipe no la recoge... Cenicienta se queda en casa.
Ella piensa en otra ducha, sobra ceniza en su cara.
Y él la verá limpia, aunque sea en la noche avanzada.

No le importa el retraso, aunque la carretera es amarga.
No le importan las horas, aunque la noche atropella los pasos.
Pero naufraga en el temor.

El temor de la duda que golpea en el tictac.
El temor de la duda en la mueca del reloj.
El temor de la duda en la risa de sus cosas aguardando esa huida desde las doce.

Porque sus cosas saben más de él y saben más de ella:

el cepillo ríe, y ríe el pijama, y todo.
Ríen las cremalleras abiertas, ríen los cierres, ríe todo.

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