Me he acostumbrado a que hayas dejado de existir.
Hasta el punto de que si te aparecieras
temblaría por estar viendo al
fantasma
que te envuelve dándote esa palidez que antes era suave
y ahora... no lo sé.
Me he acostumbrado al silencio,
a conversar sólo con las bombillas,
a sentirme libre en esta cárcel
de recuerdos
sin sentir que soy una mala actriz.
Me he acostumbrado a mirar tranquila las esquelas,
a oír nombres de ciudades
sin más ambición que saber si dirán pronto la mía
y lloverá,
a pasear para mí misma sin recopilar lugares
o heladerías donde compartir sabores.
Me he acostumbrado a imaginar que nunca pasó nada,
a inventar otras páginas de pasado más
decente,
a desear y a amar a soldados nobles
de corazón y guapos de armadura.
Me he acostumbrado a no querer saber más. Y he ganado.
Hasta el punto de que si te aparecieras
temblaría por estar viendo al
fantasma
que te envuelve dándote esa palidez que antes era suave
y ahora... no lo sé.
Me he acostumbrado al silencio,
a conversar sólo con las bombillas,
a sentirme libre en esta cárcel
de recuerdos
sin sentir que soy una mala actriz.
Me he acostumbrado a mirar tranquila las esquelas,
a oír nombres de ciudades
sin más ambición que saber si dirán pronto la mía
y lloverá,
a pasear para mí misma sin recopilar lugares
o heladerías donde compartir sabores.
Me he acostumbrado a imaginar que nunca pasó nada,
a inventar otras páginas de pasado más
decente,
a desear y a amar a soldados nobles
de corazón y guapos de armadura.
Me he acostumbrado a no querer saber más. Y he ganado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario