martes, 27 de febrero de 2007

Las flores, cuando me muera

Qué tontería.
Qué inutilidad.
Tantos años y aún no rosas, no espinas, no flores. De nadie más que él, que me amó menos pero me dio más.
Y los otros sin aguardar turno. Y nadie, nadie... Ruiseñores esperando en las lomas, nombres apuntados en el calendario, sabor a tabaco en una boca parecida a la suya (de lejos, tan de lejos!).
Empieza a ser el momento de dejar de esperar nada de nadie. Y si esta noche me muero pensaré sólo en mí y en lo hermosa que estaré pálida y fría y sola.

jueves, 8 de febrero de 2007

Suicidio diario

Muere una palabra en la boca. Los labios crujen entreabiertos y secos antes de que la mano los cierre. Un cortejo la compaña hacia dentro, coche y coronas que se clavan en las paredes rojas y oscuras. Su ataúd va forrado de irracionalidad. La caja es de madera innoble. Las plañideras abundan, se asoman a las ventanas y alguna derrocha su vida en un esfuerzo de sal. El ocaso guía por un vial de cipreses. Un alto en el camino, los muertos no tienen prisa. Se ríen los que salen del restaurante de en frente, y los que pegan sus narices rojas al cristal de las ventanas. Ya puede continuar. Pocos amigos y familiares... hay vergüenza en el aire, como si de un suicidio se tratara. Tal vez es un suicidio. Cementerio de roja hierba, de arces de oro y otoño. El sepulturero es supersticioso. Él no quiere clavar la pala. Lujos de funcionario. Y la palabra se descompone en letras desparramadas y perdidas sobre el terciopelo... a la vista de quien sí puede enterrar a sus muertos.

martes, 6 de febrero de 2007

Vivir en una fotografía

Debería dejar morir los recuerdos. No puedo sostener la memoria de dos. ¿A que no te acuerdas?

domingo, 4 de febrero de 2007

Para mi Penélope

Un temor de horas le recorre el cuerpo.
Interroga al reloj. Un minuto más, un minuto más.
Un libro de Montero tiembla en sus manos.
Persigue normalidad tras la poesía y sólo alcanza las letras de su nombre.
Un boli y un cuaderno. Escribir, escribir. Olvidar que pasa el tiempo.

Ella se levantó temprano. El oráculo predijo el encuentro.
Unas bragas, un pijama y la cámara de fotos.
Breve maleta preparada que espera su regreso.

Y el cepillo ríe, y ríe el pijama, y todo.
Ríen las cremalleras, abiertas, ríen los cierres, ríe todo.

El día pasa, rápido y lento. El sol baja, suben los nervios.
Ella espera en la ventana. Espera esa llamada. Espera y no pasa nada, sólo tiempo.

Llegará, dale tiempo. Llegará, dale tiempo.
Confía, esta noche seréis un solo un sólo cuerpo.
Habla consigo misma. Él calla. Silencio.

Calla porque llega, calla porque calla.
Calla por un sí o calla por un no.
Y como la ausencia de noticias es buena noticia
ella espera en la ventana, mira el horizonte y sus agujas... y espera.

Un reloj de plata fría que no para.
Ahora, ahora llama,
en el próximo minuto, en la próxima mirada.

Coge la escoba, ordena los libros, vuelve a hacer la cama.
Su príncipe no la recoge... Cenicienta se queda en casa.
Ella piensa en otra ducha, sobra ceniza en su cara.
Y él la verá limpia, aunque sea en la noche avanzada.

No le importa el retraso, aunque la carretera es amarga.
No le importan las horas, aunque la noche atropella los pasos.
Pero naufraga en el temor.

El temor de la duda que golpea en el tictac.
El temor de la duda en la mueca del reloj.
El temor de la duda en la risa de sus cosas aguardando esa huida desde las doce.

Porque sus cosas saben más de él y saben más de ella:

el cepillo ríe, y ríe el pijama, y todo.
Ríen las cremalleras abiertas, ríen los cierres, ríe todo.

sábado, 3 de febrero de 2007

El silencio

No puedo hacerlo. No puedo.
Me espera su mirada
y yo apago la luz. No puedo.
No hubo promesa,
pero para ella mi lengua es
palabra sagrada.
Lo sé, y aún así no puedo.
Desdigo mis letras. Lloro el fraude.
Y olvido.
Olvido que sé leer, olvido que sé escribir.
Olvido que debo responder.
Y no me odia.
¿Qué amará de mí esa mujer fatal?
La noche fría y negra,
la rabia te trae a mi cuerpo arrinconado.
Mi odio te busca para consolarse.
Mi revancha necesita de tus brazos.
Te uso y desuso. Me dejas usarte
de trapo y limpio los restos
de mi infidelidad.
Y limpio el negror de
mi amarillo y el suyo.

De cuando los amantes de Teruel se hicieron añicos

Mira Penélope la bolsa azul
llena del vacío de su presencia,
lejana.
Mensajes de botella en un mar
en calma desatan agujeros
negros como su alma.
¿Qué hacer cuando no hay
que hacer nada?
Cuando la nada todo lo puebla,
cuando la nada inunda
la mirada.
Mira Penélope la caja naranja,
vacía de sexo, de
cuerpo de plata.
Traiciones con y sin palabras,
las piernas tiemblan por
piernas lejanas.
Ojos que se pierden en muchas miradas.
Ojos que mienten y desnudan a
otras reinas destronadas.
Cuando Penélope abandona la sala
enmudece la música con telarañas.
Penélope de discoteca, llanto y playa.
Penélope de mentira, Penélope olvidada.